Continuamente surgen en la educación nuevas ideas y enfoques. Muchos en realidad constituyen un re-descubrimiento de ideas que ya habían sido propuestas hace décadas de otras maneras. Por lo general se establecen “modas” que dan lugar al uso de un nuevo conjunto de palabras, pero se sigue haciendo básicamente lo mismo que antes. Se actualiza el lenguaje pero no la práctica. Esto ocurrió con el enfoque constructivista en los 90, con el enfoque de competencias en los 2000 y últimamente con el enfoque denominado “aprendizaje basado en proyectos”. Se cambia la terminología empleada en los documentos curriculares y en las planificaciones docentes, pero no se modifica sustancialmente lo que sucede en el aula.
En mi opinión hay tres “trampas” principales en que podemos caer cuando nos proponemos que los estudiantes trabajen en un proyecto.
La primera es planificar el proyecto como un conjunto de actividades que los estudiantes deberán realizar. El docente es el único que diseña y decide. Los alumnos hacen lo que se les indica. En realidad trabajar en un proyecto debería implicar que los estudiantes tengan la posibilidad de opinar y de elegir aspectos sustantivos de lo que van a hacer.
La segunda trampa es pensar el proyecto como un conjunto de actividades y temas de distintas disciplinas, articuladas en torno a un tema central. El “proyecto” se piensa en función de los contenidos curriculares que se quiere enseñar. En realidad debería primar el desafío implicado por el proyecto, seleccionando los contenidos curriculares y los conocimientos necesarios para llevarlo adelante. Los conocimientos están al servicio del proyecto, no el proyecto al servicio de los contenidos.
La tercera trampa está vinculada a la motivación. Muchas veces el proyecto es realizado por la mayoría de los estudiantes exclusivamente para satisfacer al docente y obtener una calificación. Es una obligación más. El enfoque de proyecto requiere que, más allá de los requisitos académicos, los estudiantes estén genuinamente interesados en realizarlo.
Desde mi perspectiva un proyecto no debería parecerse a una lista de actividades y tareas que el docente indica para que los estudiantes realicen con el fin de ser aprobados. Debería parecerse más bien a un desafío en el que los estudiantes se involucran, que les requiere tomar decisiones, recurrir a conocimientos y generar un producto que se comparte con otros. Necesitamos cuidar que no se nos cuele el formato escolar al que estamos habituados: el alumno obediente y cumplidor, el docente que controla todos los hilos y el contenido curricular como eje definitorio de las actividades.
En estos días estuve trabajando con colegas en un liceo en una zona de alta vulnerabilidad de Montevideo y me contaban sus dificultades para trabajar de esta manera con alumnos de primero de secundaria, porque no tenían los hábitos mínimos para trabajar en equipo, para leer y escribir, o para trabajar en forma autónoma. Llegan de la escuela, me decían, muy acostumbrados a subrayar y a preocuparse por la prolijidad, pero poco habituados a pensar por sí mismos. “Es muy fácil decir cómo trabajar en proyectos pero es muy difícil hacerlo”, me señalaron. Y tienen razón. Luego uno de ellos indicó que primero hay que construir esos hábitos, “que aprendan a estar sentados”, y trabajar contenidos curriculares, para que luego puedan trabajar en un proyecto.
Tal vez la dificultad está en pensar el trabajo en proyectos como una metodología con un formato único y ciertos pasos a seguir o requisitos a cumplir. Y también en pensar que el enfoque implica trabajar todo el tiempo y exclusivamente en torno a proyectos.
Creo que no hay una metodología estándar a seguir y que los proyectos no funcionan solos desde el primer momento. No es que “primero” se trabajan los hábitos y los contenidos y “después” se trabaja en un proyecto. Se aprende haciendo: se aprende a hablar hablando, se aprende a trabajar en equipo trabajando en equipo, se aprende a escribir escribiendo. Y se aprende a proyectar proyectando. Por supuesto, con interlocutores y mediadores adultos y pares.
La manera de trabajar en proyecto depende de las edades y de los contextos, y va evolucionando con la experiencia acumulativa de los estudiantes. Obviamente, no es lo mismo un proyecto para niños de educación inicial que para alumnos de primero de liceo o estudiantes de Bachillerato. Lo importante es tener un rumbo, una visión orientadora sobre cómo ir formando a los estudiantes en habilidades clave vinculadas con la capacidad proyectiva: trabajar por motivación interna, concebir una idea a mediano plazo que me permite lograr algo que quiero, pensar cómo llevar esa idea adelante, decidir en forma autónoma, buscar los medios y los conocimientos necesarios, trabajar con otros para realizar la idea. Cada una de estas habilidades se pueden ir trabajando desde el nivel inicial, con actividades adecuadas a cada edad.
Por eso, volviendo a la pregunta inicial, no necesariamente hay que “trabajar por proyectos” todo el tiempo. Tal vez algunos docentes, tal vez un par de experiencias al año o por semestre. Más vale un proyecto en serio que muchas ficciones de proyecto. Y, por cierto, ¡podemos seguir enseñando! Lo que seguramente ocurra es que la experiencia de un buen proyecto aporte significatividad al conjunto de la experiencia escolar de los alumnos.
Dejo abajo un texto de Leonardo Ferrer, un maestro uruguayo que desarrolló un enfoque que denominó Educación Proyectiva. Este enfoque iba mucho más allá del trabajo en el aula e involucraba un rediseño de toda la escuela. Tiene un reflexión muy potente sobre por qué es central que la educación enseñe a proyectar y cuáles son los elementos centrales de lo que denomina "estructura de la función proyecttiva". Estos elementos, más que un conjunto de pasos a seguir, constituyen una buena propuesta del tipo de habilidades que deberíamos trabajar con los alumnos.
Comments