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Códigos de ética como herramienta para construir reconocimiento social hacia la profesión docente

Actualizado: 11 sept 2023

"Los planes de mejora educativa suelen centrarse más en datos cuantitativos, tales como las horas de clase, el número de alumnos y alumnas por aula, las infraestructuras e instalaciones, el material didaáctico y la cualificación del profesorado, que en factores intangibles como el compromiso de los docentes con su profesión; su capacidad de ayudar a todos los alumnos y alumnas a materializar su potencial; su conducta ética y profesional y su buen juicio. No obstante, estos factores son fundamentales para conseguir una educación de calidad para todos y fomentar valores universales como la honradez, la integridad y el civismo".

Alumnos con maestra en el aula

En estos días me tocó explorar códigos de ética docente y me encontré con un sitio web de IIPE UNESCO denominado ÉTICO, donde encontré un conjunto de reflexiones sobre el tema y acceso a los códigos de ética de distintos países del mundo. Estuve revisando varios, entre ellos los de Escocia, Nueva Zelanda y la provincia de Ontario en Canadá. Busqué estos países porque tienen fuerte tradición de reconocimiento y respeto a la profesión docente. Encontré además un documento de Directrices para la elaboración de este tipo de Códigos, que me pareció bastante sensato y balanceado. A este documento pertenece la cita con la que inicié este posteo.


La noción de intangibles me resulta especialmente importante a la hora de pensar en los caminos para transformar la educación. Hace casi 10 años en una entrevista con el semanario Brecha de Montevideo, que la periodista tituló justamente Atender los Intangibles , yo decía que me preocupaba el énfasis del debate político en torno a medidas tangibles tales como reformar el currículo, llegar a 200 días de clase al año, construir 500 escuelas de tiempo completo o llegar a una inversión en educación del seis por ciento del PBI. "Son cosas muy concretas del discurso político, está bien. Ahora, lo que me preocupa más en este momento son los intangibles, aquellas cosas que no son tan fáciles de traducir en medidas de políticas o metas concretas. No son laptops, sino que son aspectos que no se pueden asir tan fácilmente. Uno de los mayores problemas que veo y que no se aborda es el malestar y el escepticismo que hay en el conjunto de los docentes".


Para ilustrar el problema proponía esta imagen. En una película de guerra un pelotón está en la trinchera y los están bombardeando. De pronto los llaman desde el comando y les dan la orden de tomar tal otra posición. El soldado que atiende el intercomunicador en la trinchera responde "pero mire, nos están arrasando, lo que necesitamos es apoyo". La respuesta es "deben cumplir con la orden". Algo parecido pasa con los docentes en buena parte de las instituciones de educación pública. Están en las aulas sosteniendo la situación como pueden mientras en el “comando” hacen nuevos planes y propuestas, con grandes metas, mientras ellos no tienen las herramientas ni los apoyos necesarios y se ven desbordados por la situación. No pueden sino mirar la discusión pública con mucho escepticismo.


"El tema es cómo traducís este problema en una política. Hay cosas que se pueden hacer… es necesario concebir el trabajo docente y su inserción institucional de otro modo, que el docente forme parte de una sola institución, que en su contrato esté contemplado no solo el trabajo en el aula sino las horas en las que realmente está trabajando tanto en la institución como en su casa… los docentes se llevan un montón de trabajo para hacer los fines de semana y los feriados. Además hay una cantidad de cosas que la sociedad les está pidiendo a los docentes, que tienen que ver con cubrir flancos, construir hábitos que la familia no está ayudando a crear, y que requiere de otra forma de docencia aparte de dar clases, otra disponibilidad de los docentes en la institución, para el vínculo con los estudiantes y con los padres… si uno no logra revertir eso y construir un espacio que sea más satisfactorio para todos, pensar la escuela, el liceo y la escuela técnica como un lugar de trabajo y de convivencia, no se va a modificar el escepticismo".



Políticos y autoridades suelen enfocarse en lo tangible, en lo que se puede mostrar en un período de gobierno, como la infraestructura, las computadoras o los cambios en los diseños curriculares. En mi opinión, la principal política educativa en América Latina debería ser fortalecer la profesión docente, y para ello es indispensable reconocer y remunerar el trabajo que los docentes realizan fuera del aula.


Pero esto no es suficiente. Si bien no tiene sentido exigir más y mejor trabajo a los docentes sin brindarles apoyo, tampoco bastará con dar recursos y apoyos si no hay una contrapartida de mejora de su desempeño. En ciertos tipos de actividad humana se utiliza el concepto de productividad. Los sindicatos negocian con los empresarios mejoras en las condiciones de trabajo sobre la base de “mejorar la productividad”. Sin embargo, el concepto de productividad no es aplicable a la educación porque no es posible medir un resultado que pueda ser atribuido a la labor del docente -este punto amerita una discusión más detallada que no cabe en este texto-.


Creo que en educación no podemos hablar de productividad, pero sí de la calidad de las propuestas de enseñanza y del trabajo educativo. Esta no se logra ni con palos ni con zanahorias. Ni con evaluaciones y controles, ni con diseños curriculares, ni con dinero -si bien este es imprescindible-. Es imprescindible apostar a la calidad autorregulada por la propia profesión.


En este punto me interesa enfatizar la idea de autorregulación. La calidad del trabajo docente difícilmente puede ser impuesta por normas o sistemas de control e incentivos externos. Pero, además, es nuestro propio interés como docentes autorregular nuestra profesión. La defensa de la calidad de la enseñanza y del trabajo educativo no debería pasar únicamente por la demanda de mejores salarios y condiciones de trabajo, ni por la denuncia de las reformas irrealizables que idean las autoridades y especialistas, sino también por establecer y defender alguna forma de criterio de calidad de nuestra propia labor educativa.


Aquí es donde entra en juego un Código de Ética Profesional Docente: un conjunto de principios y directrices éticas que rige nuestra conducta y toma de decisiones. No solo guía la práctica educativa, sino que define los valores fundamentales y las responsabilidades éticas en la profesión. Sirve como brújula en las diferentes interacciones y situaciones profesionales y como un referente al que los docentes podemos recurrir en situaciones complejas.


Establecer un Código de Ética Profesional es una manera generar confianza y valoración social hacia la profesión docente, lo que a su vez puede traducirse en un mayor apoyo, reconocimiento y recursos. Demostrando un alto nivel de ética y profesionalismo, los educadores podemos impulsar la percepción de la importancia de nuestro trabajo en la sociedad. Necesitamos dirigirnos directamente a la sociedad, y no solo al sistema político.


Esto es lo que ha hecho históricamente el sindicato docente de la provincia de Ontario en Canadá, que establece su propio código de ética, así como un conjunto de estándares profesionales que el sistema educativo usa para evaluar el desempeño de los docentes y el acceso a los cargos. El documento original en inglés está disponible en este enlace y una traducción propia en el archivo a continuación.

Dos gráficos de torta
Estándares de ética docente en Ontario


El caso de Nueva Zelanda también me parece interesante. El código de ética está organizado en cuatro bloques: compromiso con los estudiantes, con los padres/tutores, con la sociedad yt con la profesión. Transcribo y traduzco aquí el enunciado general de las cuatro grandes áreas y con más detalle el relativo al compromiso con la profesión. Se puede acceder al original en inglés en este enlace.

 
Recuadro de texto informativo
Estándares de ética docente en Nueva Zelanda
 

Un Código de Ética Profesional construido desde la profesión docente -no desde las autoridades- es, antes que nada, una forma de expresar nuestro compromiso con los estudiantes y con la sociedad. Pero, además, es un camino para construir un mayor reconocimiento social hacia la profesión, que luego puede servir de base para sustentar otras demandas y reivindicaciones. El reconocimiento social no es algo que simplemente hay que demandar, también hay que construirlo.



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